Antonio Pujia
En esta entrevista el maestro de la escultura nos abre, no solamente las puertas de su taller, sino también las puertas de su vida, de sus sentimientos, recuerdos y de todo lo transitado desde que llegó con su familia de Italia, allá por el año 1937.
En un pueblito al sur de la península itálica mediando la década del 30, mas exactamente en Calabria, se hacía difícil para los niños de allí, contar con una vasta oferta lúdica. Entonces no tenían mas remedio que “fabricarse” sus propios juguetes e imaginar, por ejemplo que una cucharita era una carreta o un pajarito. Así como también modelarlos, crearlos con arcilla. El encargado de hacerlos era “el tanito” Antonio Pujía.
Al llegar a Buenos Aires, empieza a ver personajes nuevos, sensaciones y percepciones nuevas…
¿Cómo influye esto en su vida?
Yo reconozco, valoro y amo a un verdadero collar de seres prudenciales en mi existencia. Cuando me trajeron de ese paraíso que era nuestra aldea, yo tenia temor a esos ruidos de los autos que no conocíamos allá. Aquí era un ruido infernal, dentro de ese contexto, me metí para adentro.
Lógicamente esos primeros días de escuela se transformaban en una especie de castigo porque no entendía, no me entendían, no me gustaba y tenia cierta curiosidad por todo lo que pasaba alrededor.
Los dibujos eran una cosa espontánea, entonces yo lo hacía en los márgenes del cuaderno, temiendo que la maestra me pudiera retar. Y como no podía tomar dictado, porque no entendía, el único escape que tenia era ese.
Entonces esta maestra (queridísima Teresa), no me retaba, ni abochornaba, al contrario me golpeaba la espaldita, me acariciaba la cabeza y me decía que siguiera así. En una de esas se ve que vió que yo tenía una cierta facilidad para eso y le pidió a una compañerita mía de pupitre, que tenía una caja de colores, que me prestara las pinturitas. Entonces hice un diariero en toda la hoja, a todo color. Se ve que el diarero era un personaje que me llamaba mucho la atención, por la manera de llevar un paquete enorme de diarios y un canto que para mi era como una canción. De pronto Teresa viene, me agarra el cuaderno, lo mira y me lleva con la directora. Ellas hablan cosas que yo no alcanzo a entender, me llevan por los grados y muestran lo que hay en el cuaderno. Es entonces cuando salen
aplausos espontáneos. Eso fue como una especie de bálsamo para mi. Después de unos cuantos años tuve la necesidad de ir al diván del psicoanalista.
Entre otras cosas que le contaba de mi infancia, le conté esto y me dice: “¿Tomó conciencia lo que significa para su vida ese episodio? ¿qué es un diariero? Es un intercomunicador, un intermediario de la comunicación. Ahí usted inconcientemente encontró algo que se llama vocación. Sin saber que el dibujo y la pintura son llamados arte, cobran una importancia fundamental en lo que se refiere a lo que usted estaba viviendo internamente”.
-¿Quiénes fueron sus cómplices en la elección de este camino?
Un momento importante fue cuando nos mudamos de barrio. Nos fuimos a vivir a Versalles. Ahí hice el resto de la primaria y en sexto grado, fue un maestro muy querido por toda la escuela, el que me guió por este camino. Los últimos días de las clases, él dedicaba un rato a ayudarte a encontrar lo que podía ser tu trabajo, tu estudio. Escuchaba a uno por uno. Cuando me llega el turno del diálogo, me dice: “bueno para vos no cabe la menor duda que tenés que ir a estudiar a la escuela de Bellas Artes”. En mis 11 años de vida no sabía qué era Bellas Artes. Y me dice “¿sabés qué es bellas artes?”. No, no sé, le dije. “Bueno son las escuelas como estas pero ya secundarias, en donde enseñan a dibujar. Vos tenés las condiciones y vas a dibujar mucho mejor si vas a aprender allí. Creo que vos tenés que ser pintor”. Ahí emprendí la carrera, así que a los 12 años ingresé a la escuela Manuel Belgrano.
¿Cómo fue el paso de la pintura a la escultura?
En segundo año, incorporan la materia modelado. No sé por qué circunstancia. en un día de mucho frío, nos llevan a un lugar distinto de los habituales que era un taller en el que se hacían los calcos de yeso. En ese taller nos recibe el maestro Juan Bautista Leone, un personaje muy llamativo, muy simpático y nos habla de la arcilla. Nos había traído un bloque de arcilla y nos enseña cómo modelarla. Entonces dice: “bueno ahora van de dos o tres a la otra habitación, donde hay una batea y esta la arcilla ya preparada. Se traen un bloque, lo ponen aquí y cada uno empieza a modelar lo que tienen delante tal como yo lo hice”. Voy a buscar esta arcilla, la huelo y era el mismo olor de los chiches que había en mi pueblo. Me remitió a eso, entonces empecé a modelar y ahí viene Leone y me dice: “muy bien pibe, muy bien”. Ahí me agarra una alegría interna, como una luz, como una luminosidad. ¡Qué maravilla! esto es lo que yo quiero. Desde esa mañana de mayo de 1944 hasta hoy, no he dejado ni un solo instante d e estar consustanciado con ello.
-De todos los galardones que ha recibido a lo largo de su trayectoria… ¿A cuál de todos le guarda un lugarcito especial en su corazón? ¿Por qué?
Creo que los premios no son ni grandes ni chicos. Cuando alguien viene a adquirirte una obra, es un premio. Si me daban un premio importante o relativamente importante, me servía de estimulo para seguir trabajando. El dinero de mi trabajo ganado, me servía para seguir demostrando que puedo ser mejor, que puedo dar una respuesta, que me puedo mantener en esto y que no se han equivocado.-Grandes maestros entraron y salieron de su vida ¿Con cuál se identifica mas? ¿Qué lo llevó a realizarle un Homenaje al Maestro Rogelio Yrurtia?
He tenido y sigo teniendo maestros y a lo largo de mi vida son dignos de veneración. Sin maestros es imposible para el ser humano, llegar a conocer más el oficio de expresarse a través de los recursos que tenemos en la plástica, el mármol y los colores.
Yrurtia está considerado como el gran padre de la escultura argentina. Yo tuve por distintas secuencias, la posibilidad de entrar en su taller, a su casa, en calidad de ayudante, teniendo escasos 18 años. Allí viví unas experiencias vitales muy profundas.
Desde el error (los maestros también tienen errores), se equivocó conmigo. Al principio porque él tuvo un trato un poco brusco, cosa que consideré injusta. Pero eso no medró para nada la admiración y la devoción por su obra. Yo trabajaba con un maestro: Fonoger, un hombre de la técnica de la escultura. Sin ser escultor, tenía la técnica de manejar los materiales y él estaba contratado con Yrurtia para hacer un gran calco de Moisés que está en plaza Miserere y ya habían pasado 2 episodios. Este tercero empieza cuando nos estábamos cambiando de ropa para irnos y Fonoger me contaba cuentos en italiano y nos divertíamos a veces con eso en el rato de descanso. O como cuando una vez salimos después del trabajo, que me contó otro cuento, por el cual me mande una risotada. En ese instante pasa el maestro Yrurtia, se para en seco, se viene a mi, me mira y me dice: “qué mierda. ¿Se esta riendo de mi?”, eso y el flechazo para mi fue lo mismo. Entonces yo le dije a Ernesto ¿cómo va a entender que me reía de él?, ya son tres veces, es injusto, yo no le vengo bien yo me voy; me dice: “vos sos un chico educado, despedite, decile”, entonces me fui y ahí estaba él con su secretaria en la oficina. Vino la secretaria y le digo que quiero hablar con el maestro y le aviso que me voy a retirar. Viene Yrurtia: “¿qué pasa?”. Le digo: “Mire me voy a retirar. Me llevo mis cosas porque evidentemente no le caigo bien. No cumplo con los requisitos que usted quiere de una persona. Usted se ha confundido tres veces conmigo. Ésta ultima, usted ha pensado que me reía de usted y debe saber que para mi, su persona y su obra me merecen el mas grande de los respetos. Yo admiro profundamente su obra”. Me dice: “Venga para acá”.
Me agarro de los hombros, me abrazo y me dice: “Perdóneme Antonito, perdóneme, tengo esas cosas. Le pido por favor que no se vaya, quédese”. Me abrazó como un padre y me quedé. Después de ésto fué un idilio hasta su muerte. En su fallecimiento, la señora (una excelente mujer), nos habla a Ernesto y a mí. Y Ernesto me contó que le dijo que Yrurtia no quería velatorio. No quería que se enterara nadie de su muerte hasta una semana después. Le ordenó cremarlo y pidió que Ernesto le haga ma mascarilla, el molde de la cara y que “el tanito” le haga las manos. No sabés las lagrimas que pegamos los dos ahí, haciéndole el molde de las manos, tocándole ese rostro ya frío. Era una cosa impresionante. Por eso centralicé el homenaje al maestro por todos. No me da la vida para hacerle un homenaje a cada uno, por eso centralicé un poco en Yrurtia.
¿Cómo influyó en su trabajo la vida familiar y los acontecimientos sociales, políticos e históricos del país?
El arte siempre fue un espejo, un reflejo, un testimonio, una memoria de la expresión humana en cualquier época del año. Entonces lo testimonial a mi criterio es muy importante. Por otra parte, es cierto que hay artistas que son más investigadores o hacen otros tipos de testimonios, pero yo necesito de lo anecdótico. Ahora por ejemplo estoy sintiendo mucho la belleza. Yo creí que había terminado con la muestra del homenaje a la mujer, donde está en la lista recuerdos de las mujeres mas transcendentes de mi vida. Donde está Teresa, mi vieja, mi mujer. En la muestra me dí cuenta que no tenía ninguna imagen por lo menos dedicada a mi nieta, que es la mujer nueva, que vino recién y la que va a ser madre, seguramente en el futuro y va a prolongar esto. Entonces se me ocurrió que ella podía tener una presencia allí, en su memoria inclusive. Se me ocurrió la idea de modelarla durante tres sábados seguidos, en los cuales los dediqué con ella posando en vivo y con la gente que iba a venir a la muestra.
Tuvimos un lleno de público, un público silencioso que no me interrumpía en absoluto. Fue algo que me costó hacerlo porque hay cierto pudor. Porque uno cuando uno está trabajando y lo están mirando, te dá un pudor bastante grande. Pero lo tenia que hacer ahí, porque yo quería que quedara alojado en su psiquis este homenaje que rinde su abuelo a la mujer y que lo corona con este acto. Entonces descubrí que podía más ese deseo de hacer una cosa, que el pudor.
¿Cómo llegó a ser parte del teatro Colón?
Fue algo milagroso. Fioravanti fue un gran estatuario. En el año 55 se estaba haciendo el teatro San Martín. Estaba prácticamente terminado y faltaban algunas cosas en la parte de decoración y a Fioravanti le encargaron hacer un gran alto relieve. Yo lo tenia de maestro en la Cárcova y muchas veces me llamó para ayudarlo en sus tareas. Entonces me llama para ayudarlo en esto. A la tarde iba al taller de Fioravanti y una tarde me dice: “Anoche estábamos en el Colón y en el intervalo de la ópera, me encontré con mis amigos y uno me dijo que están llamando a concurso para poner un escultor en el teatro Colón. Es para hacer la parte de la escenografía, la parte escultórica ¿Por qué no se presenta?”. Yo tenia 25 años, recién había egresado de la Cárcova y había nacido mi primer hijo. Entonces estaba con todo esto y le digo “no tengo ganas de perder el tiempo. Mire si hay tantos escultores y yo recién estoy saliendo. No puedo competir con ellos”. Seguimos trabajando y me dice:
“Venga, ¿sabés que no me gusto la respuesta que me diste?, no es por ofensa sino que no está bien ese pensamiento. Mirá, vos sos un chico de condiciones y talento. Estás en la flor de la vida. Terminaste tus estudios. En la vida no todo es ganar. Es mas importante participar y así vas conociendo cómo es la cosa y de esta manera te vas haciendo ducho. Sabés cómo es presentarse a un concurso, van a conocer tu nombre, van a ver tu curriculum…” Entonces le di las gracias y le dije que me iba a presentar.
Fui a la mañana siguiente, me tomaron los datos y me dicen que el jurado va a ir al taller de cada postulado. Llaman y vienen tres personas. Les puse mis trabajos y yo estaba haciendo un trabajo comercial.
De pronto Basaldua se levanta y sin decir nada se fue a el rincón ese y yo me voy por detrás y le digo mire maestro que estos son trabajos comerciales y me dice: “¿dónde aprendió cartapesta?”, “En un taller”, le digo. “Bueno es el material que nosotros utilizamos en el teatro, ya tendrá noticias” Pasaron los días. Me llama la secretaria de Basaldua y me dice que el maestro quiere verme, que era breve lo que tiene que decirme. Entonces voy, me dice:”es muy sencillo pero creo que puede ser importante para usted. Ha sido seleccionado, nos gusto mucho lo que hace. Me gustó mucho su oficio de cartapesta, de manera tal que lo felicito. Ahora bien, yo necesito que venga mañana mismo a hacerse cargo, tiene que venir seis horas cada mañana y los lunes tiene libres”.
Salgo de allí y corriendo me voy a la casa del maestro Fioravanti que se asombra porque yo iba a la tarde ahí mientras venia me preguntaba qué pasaba y yo no podía hablar. Me dice: ¿qué pasó?, -bueno tenía razón, me han seleccionado en el teatro, le dije. Y así entré en el teatro.
En ese periodo surge la serie bailarinas…
Además del trabajo específico que era para la ópera, para el valet y el lugar dónde me asignaron estaba muy cerca de la sala de clase y ensayo de la escuela de baile y del cuerpo de baile de manera que pasaban por la puerta del taller bailarines de todas las edades. Me atraía mucho esto, así que si tenia un rato libre me iba con mi carpeta a dibujarlos así en la clase o mientras bailaban o descansaban o esperaban su parte para entrar y dibujaba algo que me impactaba y llegue a incorporar el tema del valet clásico a mi trabajo.
Una vez le hice un homenaje al cuerpo de baile y el año pasado hice un homenaje mas vasto por el centenario del Colón. En ese teatro he aprendido algo muy valioso que tiene una ética muy distinta. Aprendí el sello profesional que forma parte de la ética: algo mas profundo que observando allí, sean cantantes, instrumentistas, las estrellas mas grandes, bailarines; el conocimiento del manejo de la emoción en el arte se contagia, mas que se enseña. La emoción, que tiene que ser un hecho fundamental de un acto artístico, de una escultura, una pintura; sino tiene este contenido emocional le falta algo tan importante como es el alma.
Yo observaba con mucho placer la manera tal del detrás de escena. Cómo se iban preparado para meterse en el escenario y ahí largar toda la emoción posible en comunicación directa con el público.
Entonces empecé a experimentar en mi propio trabajo y no es nada fácil mantener la emoción durante tres meses, cinco meses. Es necesario calmarse en todos los aspectos. Si hay una clave de cómo apaciguar tu entorno, concentrarte, de no pensar en otra cosa mas que en ese acto, de no sentir otra cosa mas que esto y trabajar manteniendo ese estado donde no permitiese interferencia.
Por: Sabrina Rodriguez
Fuente: Palermo Cultura